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A propósito de cómo re-inscribir la naturaleza humana
Crónicas Ausentes
“somos una familia millonaria
y mi papá murió buscando algo que es gratis. El aire,
murió asfixiado en una cama de una UCI.
Olvida el dinero y quédate en casa».
La hija de Viera Monteiro,
Presidente del Banco Santander Portugal
El Coronavirus, un organismo que no está vivo, que necesita de nuestras células, invadirlas y hacerse con sus propiedades y mecanismos para poder reproducirse, matando al final a nuestras células. Un organismo diminuto que nos tiene aterrorizados con un insondable miedo a la muerte.
Un organismo que nos despertó bruscamente a nuestra “alma dormida…Pero no es tarea fácil hacerla despertar (eso creíamos). Acurrucada entre acolchados cobertores de dogmas, de consignas, de explicaciones, amodorrada de ciencia (fantasiosa e inútil)…Vuelve a tu sopor, hasta que lo irremediable venga a buscarte”[1] y te alcance, la muerte, la conciencia de la finitud extraviada entre fantasías y sueños pervertidos, entre ficciones de plagas de pájaros asesinos, monstruos reconstruidos con basura, lobos descomunales y hambrientos, hombres misteriosos en la oscuridad buscando la sangre para alimentarse, guerras inacabadas entre zombis y hombres sin rumbos, que hoy lucen pequeños ante lo real de ese organismos que mata a mujeres y a hombres, a ricos y a pobres, a bellos y a feos, a altos y a chaparros (hombres de baja estatura), a fuertes y a débiles, un organismo escurridizo a los remedios caseros, y a las pomposas y vanidosas formulas científicas humanas, un conocido desconocido que nunca fue invitado a nuestro mundo frívolo y pecador.
Un diminuto organismo que ha hecho lo que nada ni nadie había podido hacer, tenernos confinados en nuestras casas, en zozobra y con un profundo sentimiento de extrañeza, desvalimiento y reproche; presagiando que así será el final de nuestro mundo humano, metidos en nuestras frágiles guaridas, acurrucados y titiritando de miedo, horrorizados por el fin de nuestras vidas.
Un retorno a fuerza al vientre materno, con la esperanza que ahí encontremos la seguridad y la paz perdida, un retorno frustrante, al final de cuenta, alrededor de la hoguera pagana que abandonamos hacía mucho tiempo, donde en círculos danzábamos y balbuceábamos monosílabos que delimitaban poco a poco “la infinidad aterradora” que hacía apresurar nuestros pasos, exorbitar nuestras miradas con la esperanza de ver más, el lugar donde nos acurrucábamos alrededor del fuego robado a lo divino para calentar nuestros cuerpos, el lugar donde por primera vez nos dimos las manos en señal de hermandad, y silbábamos y con cánticos monótonos espantábamos nuestra fragilidad de nuestros tenues y limitados sentidos que no podían hacerse con la infinidad que se postraba delante de nosotros, y que se hacía presente en sonidos estruendosos y luces siderales que enceguecían, y nos postraba petrificados de miedo.
Poco a poco nos fuimos alejando de los verdaderos lugares santos, y pensábamos que con nuestro cerebro grande y con nuestro pene grande dentro de la especie de los primates, podíamos escalar hasta la cúspide de la pirámide evolutiva de los seres vivos, y así creímos lograrlo, talando bosques, extinguiendo otras especies vivientes, ganándole tierra a los mares, sepultando con adoquines y cementos los brotes de los pastos verdes para construir nuestras cárceles luminosas, e incluso, pensamos que el cosmos era nuestro, y tal cual dioses o superhéroes con poderes inmensos, con nuestra vanagloria de animales racionales, y nuestra “ciencita” (diminutivo de ciencia), mandamos ojos igual de limitados que los fisiológicos, para explorar el terreno de nuestras próximas conquistas e invasiones, e incluso, nos adelantamos con nuestra imaginación, creando filmes donde era posible tales conquistas e invasiones, con los guiones que reproducíamos la pobreza de nuestros fines, guerra, y más guerra, violencia, y en medio, el amor superficial y carnal del héroe y la heroína.
Sepultamos cualquier narrativa que se interpusiera a nuestros sueños en vigilia, avanzamos con “pasos de gigantes” por todas direcciones, todo, la filosofía, la ciencia, la historia, el arte, etc., a por la cúspide de la evolución, por lo que todo lamento descortés o pesimista fue silenciado y proscrito, las exclamaciones inoportunas de Epicuro no sobre el goce sino sobre el origen, las advertencias desgarradoras de Nietzsche sobre “querer la nada…”, la insolencia de la igualdad marxista, el libertinaje del inconsciente de Freud, y el encierro a una clasificación de letras irracionalistas y literarias de Dostoievski y Ciorán, entre otras narrativas osadas o retro, porque lo moderno estaba ahí, en el romanticismos alemán, en la ilustración francesa e inglesa, en las declaraciones de los insignes creadoras del imperio con sus tramposos y mortales espejismos democráticos, en la “vanguardista” revolución industrial de chatarra y colores exóticos para alimentar a las enfermas almas dormidas, en las construcciones de carreteras infinitas del mundo cyber, donde podíamos deslizarnos al fin, a perpetuidad y ahora sí, encontrar el goce de la vida antes de morir, y la completud ansiada en vida, que el roce de nuestros cuerpos nunca fueron suficientes para darnos, y si y solo si, la muerte era la única alternativa.
Separamos pedantemente la physis del nomo, y caminamos a parte de la armonía preestablecida por la physis, para eso medimos con “el sacrificio de un mortal divinizado”, el antes y el después de nuestra era, para los cristianos del mundo occidental hablamos de un Antes de Cristo (A.C.) y un Después de Cristo (D.C.), igual lo hicieron otras culturas, sin pensar que esa separación nos haría mucho daño, y nos haría descuidados y demasiado confiados; intentamos hacer nacer al hombre global (universal) que todo lo podía, el macho dominante ahora vuelto el padre de la horda primitiva de la aldea global, con él, el Edipo social o cultural freudiano se intentó crearle un cuerpo en lo real.
Un organismo que llega a cuestionar nuestra supremacía evolutiva, y nos está enseñado que el principal enemigo que teníamos que temer, siempre ha estado afuera. Un organismo que nos ha ridiculizado, mostrándonos cuan estúpidos hemos sido, pensando la mayor parte de nuestra historia, ya que habíamos vencido, domesticado o aniquilado a cualquier otro ser vivo que se cruzase por nuestros caminos, que el único rival que teníamos éramos nosotros mismos.
Que esa evidencia que el enemigo estaba afuera nunca lo vimos o dejamos de verlo. Que nos volvimos locos de ego y construimos un conocimiento paranoico que cada día nos alejó de la realidad y el verdadero peligro, que buscamos en el otro a nuestro rival y a quien someter, a quien perversamente esclavizar, y al igual que en la biología, hicimos clasificaciones de razas, castas, e imitando al reino animal, nos basamos en la ley del más fuerte, en otras palabras, antropomorfizamos la biología, e hicimos un reino de la physis del “nomo humano”, y prestos a cumplir las leyes “divinas” humanas, creamos a la clase dominante, al imperio de mil cabezas, sin alma, sin modales, a la bestia rubia, soberbios, semidioses democráticos y no democráticos:
Que estoy loco de amor por la princesa, majestad. Entiéndalo rey mío, por favor, compréndalo. Aunque sea soberano, supongo que será humano. Como el resto de sus siervos, también tendrá sentimientos. Yo sé que vos realmente también os cagáis y folláis (fornicar, hacer el acto sexual) y sudáis como yo, esto es real. Así pues présteme un poquito de atención. (Cartas al Rey Melchor, Albert Pla)
Que ahora implora perdón de costa a costa, de continente a continente, que ya no saben que explicaciones dar a sus vasallos, a sus súbditos, a sus esclavos, ante el imperdonable imprevisto, si todo lo tenían predicho, calculado, y vigilado; que eran capaces de tomar fotografías a la intimidad de quién quisieran, y lanzarles poderosos drones para aniquilar a los rebeldes y revolucionarios, pero para éste organismos sin vida no invitado no tenían con que hacerles frente, y ahora vemos a los poderosos que se sudáis (sudar) y se cagáis (cagar) de miedo como cualquier mortal.
Ahora convocan a la solidaridad y a la hermandad entre los pueblos, aunque el imperio todavía postrado echa exabruptos y amenazas a uno que otro "rebelde sin causa", y lo amenaza de muerte, a parte de la amenaza de muerte que pende sobre cualquier mortal por parte, éste sí, del todo poderoso Coronavirus.
Un organismo que nos hace preguntarnos, ¿por qué hemos gastado tanta energía, inteligencia, y tiempo en una lucha contra nosotros mismo? ¿Por qué hicimos de esa lucha la fuente de nuestros sufrimientos y nuestras metas? ¿Por qué al final de cuentas la historia del hombre ha sido la historia de sus guerras y no de su fraternidad y su hermandad? ¿Por qué han gastado la casta dominante infinitos recursos en armas que destruyen y matan, si hacemos cuenta, más seres humanos que el mismo virus mata hombres?
Vernos en nuestra intimidad patética de nuestros frágiles refugios, nuestras casas que se filtra por doquier de inseguridad y de miedo, nos pone ante una historia del hombre de un Antes y un Después del Coronavirus. Que la historia nunca comenzó con un Antes y un Después de nuestros fantasiosos mitos religiosos.
La emergencia del Coronavirus nos pone ante un parte aguas de la historia del hombre y su mal llamada naturaleza humana, por lo que abren varios frentes de debates y diálogos serios, inteligentes y efectivos, ya no podemos mirar el antes y pensar que éste fue un tropiezo ordinario que no amerita atención ni respeto, porque simple y llanamente la naturaleza (la physis) nos dio una pequeña probada de quién es el que manda en esta realidad, y el lugar que debe ocupar esa especie viva mal llamada “homo sapiens”, la vuelta a la armonía entre el nomo humano y la physis (naturaleza) se hace presente y urgente.
Ese A.C. y D.C. reabre las contradicciones que por mucho tiempo se quisieron obviar y soslayar, ¿por qué siendo racionales predomina en nosotros lo inconsciente y pulsional?, ¿por qué la ética no puede ser parte de la teoría política?, ¿por qué “la diferencia” solo se puede incorporar anulándola?, ¿por qué teniendo ciencia no se ha usado para el bienestar de todos los seres humanos?, ¿seguiremos viviendo un mundo esclavizado y depredado por un grupúsculo de países y familias por muy “divinas” que sean?, ¿por qué se ocultó las otras narrativas del hombre?, etc., aunque las resistencias de “los poderosos” a pensar que esto es pasajero y todo debe continuar como antes, las heridas y el trauma global que está ejerciendo el Coronavirus deben imposibilitar que el status quo sea el mismo, ahora ¿quién no piensa ahora que una constitución política de los estados del mundo deben estar atravesada primordialmente por un contenido social y de defensa de lo público?, ¿quién piensa que tenemos que estar atentos para evitar que los carotas del imperio aprovechen el Coronavirus para su solución final?, ¿quién en su sano juicio piensa que para reconstruir la economía, hay rescatar a los bancos en lugar de las familias de la pobreza que se avecina?, porque la economía se puede recuperar, pero las vidas nunca, pero tenemos que destruir el modelo económico de injusticia social, la economía para unos cuantos y no al servicio del bienestar de toda la humanidad.
O prendemos una gran lección de esta crisis sanitaria del Coronavirus y cambiamos la historia del hombre, y construimos otra narrativa de la economía, de la política, y lo social, porque no tan sólo se espera una pronta vacuna contra el covi19, sino un nuevo hombre, O descanse en paz nuestra civilización humana.
[1] Fernando Savater.
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