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Lamenté su muerte, entonces y hoy, a la distancia. Él perdió la vida. Muchísimo más perdieron Diana Laura, sus hijos Luis Donaldo y Mariana, don Luis, su padre. Y México perdió sin duda una oportunidad histórica en el penoso camino de su transición democrática.
Me pide Federico Arreola que dé a conocer testimonios de mi relación personal con Luis Donaldo Colosio, ahora que se cumple el aniversario número 20 de su muerte. Con Donaldo tuve relaciones amistosas muy variadas, desde que nos conocimos siendo diputados federales en la LIII Legislatura del Congreso de la Unión en 1985.
Ambos nacimos en 1950, él en febrero y yo en diciembre. Entre los primeros recuerdos anecdóticos que tengo hay uno que se relaciona con nuestra entonces colega diputada del Partido Revolucionario de los Trabajadores, doña Rosario Ibarra de Piedra. En cierta ocasión, solicitó a varios legisladores que firmáramos una carta apoyándola en su solicitud de audiencia al Presidente de la República, Miguel de la Madrid, de quien, por cierto, había sido adversaria en la elección presidencial de 1982. En aquel texto pidió la solidaridad de los legisladores federales, de modo que varios firmaron la carta.
De los primeros a los que invitó doña Rosario por una relación anterior que teníamos, fue a mí. Y la firmé. Al calce puse mi nombre Otros firmantes fueron Sócrates Rizo, Eduardo Robledo, Luis Orcí Gándara y el propio Luis Donaldo Colosio. Poco tiempo después el subsecretario de Gobernación, Fernando Elías Calles, me comentó que el presidente se había molestado por todas las personas que habían firmado la carta de doña Rosario; sobre todo porque varios de ellos eran diputados del partido oficial. Me dijo el subsecretario de Gobernación: “…Se enojó con Luis Donaldo Colosio y Sócrates Rizo, tú te salvas porque no te conoce el presidente”.
Otro recuerdo es muy triste. Demetrio Ruiz Malerva, diputado federal tuxpeño también en la LIII Legislatura del Congreso de la Unión, fue asesinado en la ciudad de Álamo, Veracruz, el 26 de julio de 1986. Asistí a su sepelio en mi calidad de coordinador de la campaña de don Fernando Gutiérrez Barrios al gobierno de Veracruz y con su representación personal. Como Demetrio fue colega nuestro en la legislatura, Luis Donaldo Colosio también estuvo en el sepelio para dar el pésame a su esposa Imelda Sordo y a sus hijos; además, ambos habían sido compañeros en la Secretaría de Programación y Presupuesto y Ruiz Malerva era presidente de la Comisión Editorial de la Cámara de Diputados. Vi muy afligido a Luis Donaldo. Dijo que un hombre limpio, como Demetrio, no merecía morir asesinado. Lo vi acongojado, con un genuino sentido de la solidaridad y del afecto con su compañero fallecido recuerdo que se le enrojecieron los ojos. Quién iba a pensar que ocho años después sobrevendría la tragedia en la que Colosio perdió la vida.
Luis Donaldo era dirigente nacional del PRI y yo gobernador de Veracruz. Pasé a su oficina y le propuse que Heriberto Galindo fuera el nuevo delegado del partido en Veracruz. Me dijo: “Gracias Dante, aprecio y valoro mucho a Heriberto como amigo, pero tiene tache con el presidente, y no me permitió, muy a mi pesar, incorporarlo al Comité Nacional, ¿me autorizas que le diga al señor presidente que es propuesta tuya?”. Claro, tú sabes que es muy inteligente, perseverante y eficaz.
Me invitó a viajar con él a Monterrey, volamos juntos en un avión privado; teníamos una comida en casa de Enrique Regules, con don Raúl Salinas Lozano y Ricardo Canavati, previa a la toma de protesta, en agosto de 1991, de Sócrates Rizzo como gobernador de Nuevo León. Durante el vuelo Donaldo me dijo: “Dante, te agradezco mucho que hayas aceptado a Miguel Ángel Yunes como candidato a diputado por Huatusco”. Le contesté: “No me lo agradezcas, es una indicación que recibí del dirigente nacional por conducto de Heriberto Galindo Quiñones, delegado en Veracruz. No es un favor, es una indicación del presidente del partido”. Me respondió: “¡Ah!, entonces no es una atención a tu amigo Luis Donaldo”. Repuse: “No, es una atención al presidente del partido. Y te voy a explicar por qué lo hice; si fuera el dirigente del partido y un gobernador no atiende una sugerencia así, le habría quitado a dos de sus candidatos. Imagínate: habría sido muy incómodo para mí, que el candidato a diputado por Córdoba, que era mi secretario privado, y el candidato a diputado por Martínez de la Torre, que era el secretario particular del gobernador, fueran retirados. Por eso atendí tu orientación; de lo contrario se iba a producir una confrontación”.
Insistió Colosio: “Oye, y yo pensé que aceptaste que Yunes fuera candidato a diputado porque somos amigos”. “Pues sí, somos amigos, pero se trató de una orientación del dirigente del partido”. En ese mismo viaje a Monterrey se produjo otra anécdota relevante. Luis Donaldo se dijo muy apesadumbrado porque no había sido candidato del partido oficial a gobernador de Sonora, que fue uno de los sueños de su vida. El PRI había seleccionado a Manlio Fabio Beltrones. Le comenté entonces: “Luis Donaldo, te felicito porque no fuiste candidato a gobernador de Sonora”. Sorprendido, me contestó: “¿Por qué me dices eso, si yo tenía la intención de ser gobernador”? Le dije: “Porque el mensaje es muy claro; el presidente de la República te está reservando para que seas secretario de Estado y después candidato a la Presidencia de la República”. “¡Cómo crees, Dante!”, me dijo, y lo interrumpí: “Sí, no hay ninguna duda de que Manlio Fabio Beltrones tiene todo el derecho a ser gobernador de Sonora por su trayectoria y juventud, pero la relación afectiva entre tú y el presidente Salinas es enorme; a lo mejor tú no lo adviertes, pero en el trato con él veo las deferencias que tiene contigo y la relación cercana por el apoyo que siempre te ha dado. Recuerda: fuiste su colaborador en la Secretaría de Programación y Presupuesto (SPP), diputado, presidente de una comisión legislativa vinculada a su secretaría; oficial mayor del partido, coordinador de su campaña, senador y ahora eres dirigente del partido; además, eres quien está más cercano a su proyecto”.
Exclamó: “¡Ah que Dante!, vamos a tener que seguir platicando de eso más adelante. Sería una gran responsabilidad para mí”. Agregué: “Esa es la realidad, por eso no fuiste gobernador de Sonora, porque quiere que seas el candidato presidencial. Vamos a verlo, al tiempo”. La relación de Luis Donaldo con el licenciado Carlos Salinas era muy próxima, me consta. Me tocó hablar con el presidente y con Donaldo a propósito de la catorceava asamblea del partido oficial, cuya mesa de estatutos se llevó a cabo en Puebla.
El propósito era avanzar más en la democratización de la vida interna del partido, lo que me permitió tener una posición de vanguardia en Puebla, donde pedimos que las candidaturas a presidentes municipales y a diputados federales y locales fueran consultadas con la base. Luis Donaldo quedó satisfecho con la propuesta de reforma estatutaria aunque después no se llevó a la práctica. Cuando me asumí muy vinculado a Luis Donaldo, le planteé al presidente de la República que, ante la sucesión presidencial, era conveniente realizar una asamblea deliberativa con delegados provenientes de todo el país, que eligieran en una gran convención nacional al candidato.
El presidente me contestó que esa propuesta era muy difícil de operar y muy arriesgada; recordó lo ocurrido seis años antes, en 1987, cuando la exposición de seis precandidatos del PRI generó un conflicto interno delicado. Le comenté al presidente que esta vez ocurriría todo lo contrario; que por el trato que él había tenido con su candidato, por la relación que Colosio había tenido con todos los sectores del partido oficial en los años que llevaba al frente del partido, periodo en el que resultaron candidatos a presidentes municipales, síndicos, regidores, diputados locales, diputados federales, en la elección intermedia, e incluso la mayoría de los gobernadores, era más que claro que el precandidato más identificado con el sector político del país era Luis Donaldo Colosio.
Esta circunstancia garantizaba que él fuera el candidato que surgiera de una convención nacional; además se vinculaba políticamente la asamblea deliberativa con la intención que tenía Salinas de ver como candidato presidencial a Luis Donaldo Colosio. Me reiteró el presidente: “No, Dante, eso se puede salir de control, es muy peligroso”. A lo que repuse: “No, señor presidente, es la forma en la que se puede ir democratizando la vida del país. Reitero que así se articula la intención de usted de vincular al partido. No hay nadie en los cuadros políticos que aspiren a alcanzar la candidatura oficial y a sucederlo en el cargo que esté, como Luis Donaldo, tan vinculado con todos los sectores que van a votar en una asamblea deliberativa”.
El 5 de enero de 1991, en una gira presidencial previa a la celebración, el 6 de enero, de la promulgación de la Ley Agraria, tuvimos un acto de autoridades municipales en la colonia Manuel González, municipio de Zentla. Al concluir el evento el presidente me invitó a comer en la casa de una familia; ahí, a solas, me preguntó: “¿Cómo ve las cosas, Dante?”. Le dije: “Señor presidente, se está retrasando en incorporar a su gabinete a Luis Donaldo Colosio; él es la persona que está más vinculada a su proyecto político y creo que ya es hora de que lo incorpore plenamente, salvo que piense usted que pueda surgir como candidato desde el PRI”. Vi el brillo de los ojos del presidente; deduje inmediatamente que mi insistencia para hablar del tema de Luis Donaldo tenía camino fértil por el solo hecho de que no me atajó. Después, el 21 de abril, en gira con motivo del aniversario de la Defensa del Puerto de Veracruz en 1914, que por cierto este año celebra su centenario, me dijo el presidente, siempre con su brillo en la mirada: “Dante, como usted me lo pidió, Luis Donaldo ya es secretario de Estado. Ya no le pregunto a usted quién quiere que vaya de representante presidencial a su informe”. Comprendí y le contesté inmediatamente “Señor, será un honor que Luis Donaldo esté en mi último informe de gobierno”.
El presidente siempre me distinguió preguntándome a qué secretario quería con su representación en los informes del gobernador de Veracruz. Habiéndole pedido con mucha anticipación al presidente que Luis Donaldo fuera su representante en mi informe, nunca le comenté a Colosio estas pláticas con Salinas. En esta parte del relato debo referirme a José Córdoba Montoya, jefe de la oficina de la Presidencia de la República. Era una figura tan fuerte hacia afuera, en la vida política del país, como hacia dentro, por lo obsequioso que era, en el ánimo del propio presidente. Mi informe de gobierno, por cierto, era el primer acto institucional que se realizaba en la nueva sede del Congreso del Estado, en Xalapa, construido durante mi administración para celebrar el 75 aniversario de la promulgación de la Constitución de Veracruz. Y resulta que cuando Donaldo va a Xalapa como representante presidencial, trató de complacer a José Córdoba a la hora de su discurso; en lugar de hablar del pasado y de lo que se estaba haciendo, se puso a hablar del porvenir, de lo que podía significar el nuevo gobierno que se avecinaba para Veracruz.
Nadie en ese momento suponía que Patricio Chirinos, uno de los hombres más cercanos a Córdoba Montoya, formaba parte ya de ese ejercicio de construcción de burbujas de poder. Después del informe, me buscó Heriberto Galindo Quiñones, interlocutor y muy amigo de Luis Donaldo y también mío. Me dijo: “Luis Donaldo te manda un saludo, afirma que hiciste un gran trabajo y que está preocupado de cómo entendiste el mensaje que leyó”. Le manifesté a Heriberto que le dijera a Luis Donaldo que no se preocupara. Pasaron 72 horas y se volvió a comunicar conmigo: “Dante, Luis Donaldo quiere verte, está muy mortificado, él te valora mucho…”. Le respondí a Heriberto: “Lo sé. Dile que no se preocupe”. Sin embargo, Heriberto insistió por tercera vez en el mismo comentario, de parte de Luis Donaldo: que estaba muy mortificado por mi interpretación de su mensaje durante el informe. Entonces se me salió un ex abrupto: “Dile a Donaldo que no quiero saber nada de él; está mandándote a transmitir estos mensajes porque tiene el alma intranquila; dile de mi parte que hay otras formas de pretender ganar la Presidencia de la República y que lamento mucho que haya sido el representante del presidente en mi último informe de gobierno”. Después fui a Italia como embajador.
Un gran mexicano, don Fernando Solana, era secretario de Relaciones Exteriores. Estuve en México en enero de 1994, para una reunión de embajadores en la Cancillería. Ya había ocurrido el levantamiento zapatista en Los Altos de Chiapas. Lamentablemente, a tres meses de haberse convertido en candidato presidencial, Luis Donaldo parecía borrado de la escena política. Regresé a finales de febrero a una reunión con el secretario de Agricultura y Recursos Hidráulicos, Profr. Carlos Hank González. Me vi con Heriberto Galindo. Me dijo que Luis Donaldo Colosio me invitaba a acompañarlo a una comida que ofrecía el eminente cardiólogo Teodoro Césarman en su casa de las Lomas de Chapultepec. Pensé que era una ocurrencia de Heriberto y así se lo manifesté, pero precisó: “No, Dante. En verdad te invita y quiere incluso que te sientes en su mesa. Desea verte”. En la casa del doctor Césarman había relevantes actores políticos a quienes conocía. Entre ellos, Mario Moya Palencia, Pedro Ojeda Paullada, Alfredo del Mazo, Beatriz Paredes, María de los Ángeles Moreno y don Adolfo Lugo Verduzco. Me confirmaron que tenía un espacio reservado en la mesa del anfitrión y de Luis Donaldo, quien ya ocupaba su lugar. Le pedí a Heriberto que le comunicara a Colosio que al término de la comida platicaría con él y agregué: “Después te digo por qué no me siento en la mesa del Dr. Césarman y de Colosio”. Condescendiente y siempre cuidadoso de las formas, Heriberto Galindo ocupó el lugar que me tenían reservado.
Minutos después llegó al convivio don José Iturriaga, historiador, escritor, diplomático, gran intelectual progresista, merecedor años mas tarde de la presea “Belisario Domínguez”; en suma, uno de los últimos grandes mexicanos del siglo XX. Entonces Heriberto le tuvo que ceder el lugar y se vino a la mesa, en la que estaba sentado, entre otras personas, con el licenciado Enrique Herrera Bruquetas, entonces vicepresidente de Televisa. Recibí a Heriberto con estas palabras: “¿Ya ves por qué no me quise sentar en esa mesa? Porque pensé que si hubiera llegado un personaje a quien respetara, el primero en pararse sería yo; nadie de los que estaba ahí iba a ceder su lugar cerca del candidato”. Me contestó Heriberto: “No Dante, no digas eso; en ese caso habrían acercado otra silla”. “No, nadie de esa mesa se hubiera parado; además, don Pepe Iturriaga debe estar ahí porque le conviene al candidato”, repuse. Antes de que terminara la comida, Heriberto de nueva cuenta regresó para indicarme que Luis Donaldo deseaba platicar conmigo. Detrás de él ya venía Colosio, que había dejado la mesa principal. “Dante, ¿cómo estas? ¿Qué te parece la campaña?”, me preguntó Luis Donaldo. Le respondí que muy mal. Y agregué: “Tienes que meterle más empuje Luis Donaldo, que vean toda tu enjundia; te tienen eclipsado los medios por el problema del levantamiento zapatista y el protagonismo de Manuel Camacho; debes hablar con él y ser mucho más contundente. Las pintas en las bardas nada más dicen ‘Colosio’, no dan un mensaje, y tú debes de posicionarte también ante la sociedad porque tienes un entorno muy difícil; así que te recomiendo que aprietes más, que sea más claro tu mensaje y que refuerces la campaña, porque como va, va mal”. “Te agradezco mucho la opinión, pero hay que reflexionar más. ¿Tu así la ves de mal?”, repuso Luis Donaldo. Le reiteré: “Pues sí, debes ser más resuelto”.
Terminamos el diálogo; él pasó a otras mesas a saludar invitados. Yo tenía la cita con el profesor Carlos Hank González, a quien siempre respeté; por cierto, había sido vehículo del presidente para invitarme a ser procurador general de la Republica cuando dejara el cargo el licenciado Ignacio Morales Lechuga, oferta que decliné al presidente. El caso es que salía de prisa para ver en su casa al secretario Hank en mi calidad de embajador en Italia, pero sobre todo como representante ante la FAO. Me alcanzó Heriberto y me dijo que Colosio quería que me fuera con él, para conversar en su automóvil. Le pedí a Heriberto Galindo que me disculpara y le mencioné mi reunión programada con el secretario de Agricultura. Le manifesté que tenía que verlo para precisar la posición de México ante la FAO. Todavía me comentó Heriberto que él lo comprendía, pero que Colosio quería hablar conmigo. Más tarde me llamó por teléfono para decirme que Luis Donaldo me invitaba al evento del Monumento a la Revolución el 6 de marzo.
Ese día me fui a Roma sin volverlo a ver. El 17 de marzo, a primera hora, me llamó a Roma Luis Martínez Fernández del Campo desde su departamento en la colonia San Miguel Chapultepec, casi frente al bosque, en la Ciudad de México, para decirme: “Dante, te llamo para saludarte y comentarte que estuvimos hablando de ti un gran rato Luis Donaldo Colosio y tu servidor; se expresa muy bien de tu trabajo y me pidió te diga que es tu amigo y que te hace caso. Acaba de terminar la reunión de acercamiento entre Luis Donaldo y Manuel Camacho en mi casa, y Colosio me solicitó te lo informara. Felicidades compadre”. El embajador en Italia también lo es concurrente en Albania y Malta. Cuando asesinaron a Luis Donaldo me hallaba en Malta, presentando mis cartas credenciales. Cuando regresé a México ya habían pasado los funerales de Luis Donaldo. Estaban dándose algunos actos previos a la postulación del candidato sustituto. Busqué al presidente para darle mi opinión sobre quién debía ser el candidato sustituto, pero en su oficina de Los Pinos no me facilitaron el acceso. Hay que tener en cuenta que no podía ser candidato ningún secretario de Estado porque ya habían pasado los seis meses que constitucionalmente se requieren para separarse del cargo.
En esa circunstancia, quería decirle al presidente que, desde mi punto de vista, la persona más adecuada para ser candidato sustituto, por su ejercicio público, por su trabajo como director de Petróleos Mexicanos (lo que no era impedimento legal para aspirar a la candidatura), por su cercanía con el presidente y su vínculo estrecho con los gobernadores del país a través de numerosos proyectos sociales, era Francisco Rojas. Ya no tuve oportunidad de comentárselo al presidente. Comento esta parte de la anécdota porque cuando regresé a Roma, encontré sobre mi escritorio una carta firmada por Luis Donaldo en donde agradece mis expresiones sobre la conducción de su campaña, me dice que las estaba tomando en cuenta para reorientarla y que me agradecía haberle manifestado mis puntos de vista, sobre todo que se los hubiera expresado con franqueza. Aquella carta me impactó, sobre todo porque me enteré de su contenido cuando Luis Donaldo ya había fallecido. Al poco tiempo regresé definitivamente a México, invitado por Ernesto Zedillo para ser secretario de Organización del Comité Ejecutivo Nacional del PRI. A la hora de investigar, pensé que a todos los que habían asistido a la comida se les había mandado una carta similar a la que recibí en Roma. Pero resultó que Colosio solamente la dirigió a mí. Y obviamente la conservo. El destino me concedió después, por conducto de Alfonso Durazo y José Manuel Del Río, la oportunidad de tratar a Luis Donaldo Colosio Riojas, hijo de Luis Donaldo, un joven inteligente, que tiene una visión moderna y crítica de la realidad del país. Advierto que a pesar de que lamentablemente no disfrutó la compañía de su padre y de su madre Diana Laura, que fallece al poco tiempo, es un joven de bien.
Lo veo como una figura promisoria para el futuro país. Es abogado, se ha preparado, tiene personalidad y ojalá madure una visión política de futuro. Creo que lo referido líneas atrás registra las vivencias más cercanas que tuve en mi trato con Luis Donaldo. Trato que estuvo salpicado también por las reuniones que tuvimos: el gobernador de Veracruz fue el primero en manifestarle solidaridad en diciembre del 88, cuando asumió la dirección nacional del partido. Además, tuve la oportunidad de que don Fernando Gutiérrez Barrios me comentara la necesidad de que Luis Donaldo llevara a un compañero de experiencia en la dirección nacional del partido. Me atreví a decirle a don Fernando que frente a la juventud de Luis Donaldo, estaba la experiencia de una persona como el campechano Rafael Rodríguez Barrera, quien finalmente fue su secretario general.
Rafael era secretario de la Reforma Agraria y habíamos tenido una muy buena vinculación para resolver los problemas agrarios de Veracruz. Luis Donaldo supo siempre que era nuestro candidato; no abrigaba yo ninguna duda de que sería el candidato del partido oficial. Lo sabía por mi trato personal con el presidente, quien nunca me atajó, ni con una mínima insinuación, cuando le manifestaba mi respaldo a Luis Donaldo.
Lamenté su muerte, entonces y hoy, a la distancia. Él perdió la vida. Muchísimo más perdieron Diana Laura, sus hijos Luis Donaldo y Mariana, don Luis, su padre. Y México perdió sin duda una oportunidad histórica en el penoso camino de su transición democrática.
(El autor es dirigente del partido Movimiento Ciudadano. Fue gobernador priista y participó en las dos campañas presidenciales de Andrés Manuel López Obrador).
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