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A los maestros del CRES, Jesús Jiménez Castillo y Javier Ortiz Aguilar, su amistad y enseñanzas perduran en nuestra memoria.
Durante la segunda mitad del siglo XX el sistema escolar occidental se convirtió en un aparato burocrático destinado a formar consumidores dóciles y manipulables con una formación “alquimista” que confundió proceso con sustancia, y que procede de la pedagogía del obispo Joseph Amos Comenius, el fundador de la escuela moderna que impuso la liturgia de la enseñanza, liturgia que aún sigue funcionando en el mundo como “un poderoso currículo escondido”. Se concluye de ello, que, tal como lo demostraron Durkheim y Talcott Parsons, la sociedad impone sus reglas a los individuos; no sólo se transforman los propios individuos, sino que se transforma la sociedad en un sentido dialéctico, más allá de una posible libertad de elección.
En el siglo XXI, ¿qué es el hombre completo? ¿qué es el hombre productivo, no sólo para el sistema, sino para sí mismo? ¿qué es el hombre integrado socialmente? ¿qué es el hombre feliz, sabio? ¿qué es la sociedad y el ser social? ¿cuál es el papel del Estado en este vertiginoso cambio?
Las progresivas exigencias sociales, económicas y tecnológicas actuales están transformando los modelos educativos en México y en el mundo debido a un creciente alud de información y a la disposición masiva de medios de comunicación interpersonal y global -las redes-, que añaden, sistemáticamente crítica social, crítica política y crítica vacía, la crítica se enreda en sí misma, tornándose absurda. El signo es el intercambio y la inestabilidad, la duda creciente en proceso de expansión.
Estamos en una sociedad en transición. El problema desde luego no es sólo la educación, sino que contiene mayor alcance y profundidad, aspectos filosóficos en torno al tipo de hombre que se desea formar dentro de una sociedad que crece cada momento en complejidad y donde las personas deben educarse –o mejor dicho, capacitarse- en primer lugar, para sobrevivir. Cómo el mundo está en transformación constante, en una metamorfosis que no cesa y que no sabemos a dónde va, a dónde vamos, ¿qué clase de oferta educativa se puede diseñar?
La respuesta se constituye en el “radicalismo humanista” de Iván Illich, un humanismo no abstracto que implica no un pensamiento utópico, sino un “quehacer utópico”. En esta propuesta que Ilich comparte con Paulo Freire, ambos educadores experimentaron métodos de enseñanza directa que criticaron el sistema escolarizado que se instituye como un engranaje más del sistema capitalista que educa para producir y para consumir.
La educación se puede impartir con una pedagogía que fomente el pensamiento crítico. Esta es precisamente la visión de la teoría educativa de Paulo Freire manifestada en La educación como práctica de la libertad, (1967) donde plantea la dicotomía entre “una educación para la domesticación alienada y una educación para la libertad”, es decir, “educación para el hombre-objeto o educación para el hombre-sujeto”, La práctica educativa no es neutral, sino política.
Estamos en medio de una transformación histórica acelerada, y el sistema educativo es quien recibe los choques e intenta transformarlos en avances para la sociedad en conflicto, para superar los sectores marginados en economía y conocimiento. El educador tradicional ha trasmitido usualmente un saber de arriba hacia abajo, esto es, a sujetos pasivos que no se preguntan por lo que está a su alrededor, en tanto la propuesta Freiriana es la de socializar el conocimiento para transformarlo durante el proceso de aprendizaje. En este sentido, la escuela es concebida como parte de la comunidad, un espacio colectivo donde los maestros promueven el diálogo y hacen al estudiante responsable de su propio pensamiento y voz, capacitándolo para percibir su realidad como una realidad posible de ser modificada no sólo en términos político-económicos, sino culturalmente.
Está clara la necesidad de cambio, pero aún no nos es dable fijar claramente los puertos de llegada, por lo que –como diría Séneca- no hay posibles vientos favorables. La decisión no es sólo de los gobiernos, por supuesto, sino del conjunto social, pero ¿qué integra este conjunto social? ¿quiénes lo integran: las empresas, las comunidades, la población urbana, la población rural, los inmigrantes, los emigrantes, todas las clases sociales? ¿en términos de que paridad? ¿cuál es el papel del Estado en esta mezcla social tan viva del siglo XXI, el tradicional neoliberal (es decir. para quienes la sociedad prácticamente no existe) o el Estado benefactor, o el Estado paternalista, el Estado democrático o el Estado autoritario? ¿quién y cómo puede no sólo definir su nuevo papel, sino instrumentarlo?
Se busca el desarrollo de un sistema educativo coherente con el tipo de sociedad en que éste se insertaría, buscando el desarrollo de una “sociedad educativa”, como la definió Paulo Freire, en la que “la responsabilidad sustituye la obligación” en la vida colectiva cotidiana.
En este orden del pensamiento, la pedagogía crítica de Freire tiene como fin la liberación de los oprimidos a través de la reflexión ética y política sustentada en condiciones de género, de clase, y de etnia. En sus propias palabras: educar transformando y transformar educando, las acciones educan, más que la educación para la acción. La única palabra verdadera es la generada por la praxis, es decir, transformar el mundo.
En este contexto, la educación, se percibe como “la gran igualadora” y, en este sentido es un posible camino para la liberación individual a través de una resistencia cultural que desarrolle la conciencia participativa de la educación y no sólo de sus componentes cognitivos, como lo propusieron Paulo Freire e Iván Illich.
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