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…que el hacer las cosas bien, importa más que el hacerlas.”
Ése es un poema/consejo que cito de memoria del inmortal Antonio Machado y que me ha servido siempre para apalancar mi idea de que las cosas se tienen que hacer con calma, con cuidado, con el debido tiempo, para que salgan sin errores.
Hay también un refrán popular que borda en el mismo sentido: “Rápido y bien, no hay quién”.
Y es muy conocida la frase atribuida a Napoleón, el emperador de Francia -no confundirlo con el cantante José María Napoleón, del merito Aguascalientes-: “Despacio, que llevo prisa”.
Si un poeta, si la sabiduría popular y si un conquistador del mundo hablan tan bien de los beneficios que aporta la paciencia a la hora de producir algo, considero que podemos sentirnos seguros cuando evitamos el apuro y las carreras.
Lástima que nuestros políticos actuales no leen a los grandes escritores; lástima que no abrevan en la filosofía que pervive en nuestra tradición oral; lástima que no toman de los hombres históricos los dones de su experiencia… lástima, porque se mantienen en su ignorancia supina y actúan a partir de ella.
Por eso hacer las cosas a la carrera se identifica más bien con olvidar la precisión, la certeza, la realidad. Y las hacen así los supinos, los estólidos, los estultos y todos los eufemismos que se expresan para no decirle a alguien que es tonto.
Por eso mismo les salen tan mal las cosas a los queridísimos diputados y senadores de Morena, que a cada ley que proponen y mayoritean le tienen que hacer una larga serie de fes de erratas y correcciones para adecentarlas cuando menos un poquito.
Yo no sé qué pensarán los dedos índices de los representantes populares del partido oficial, que se ven a cada rato levantados en favor de ocurrencias sin sentido, de ilegalidades sin rumbo, de estupideces palpables. Y lo mismo debe pasar con las palmas de las manos que aplauden esas victorias pírricas de las votaciones ganadas a fuerza de la sobrerrepresentación robada a la voluntad de los electores mexicanos.
Todo hace indicar que el Patriarca sigue mandando desde su solitario rincón en el Palacio Nacional o desde su tropical búnker tan lejano -si ya se decidió a dejar libre el departamento presidencial para que lo ocupe su sucesora, la misma que seguimos esperando que lo suceda-, y ordena con ese imperativo brutal que garantiza que algo saldrá mal hecho: ¡Rápido!
Si quieren gobernar mejor, con menos barbaridades, que alguien le(s) recuerde lo que decía Igor Stravinsky:
—¡Prisa! Nunca tengo prisa. No tengo tiempo para tenerla.
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