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Cuentan de un señor que tenía dos hijos: uno era un optimista sin remedio y el otro era un pesimista irredento. Cuando llegaron las fiestas de Navidad nuestro amigo se dispuso a darles sendos regalos a sus tesoritos, y en el afán de equilibrar los ánimos decidió darle algo muy valioso al pesimista y una bicoca al optimista.
Por esa razón, los dos hermanos vieron que había algo para cada uno debajo de sus camas. El mustio recibió las llaves de un Lamborghini Diablo, un auto deportivo carísimo, mientras el campante encontró una caja de zapatos llena de caca de caballo.
—¿Qué te tocó, hermano? —preguntó el alegre a taciturno.
—Uf —contestó el otro—, nuestro padre de dio un coche deportivo último modelo. ¡Qué horror! ¿Te imaginas lo que voy a gastar de gasolina? ¿Y el pago de la tenencia? Y con toda seguridad voy a tener un accidente con ese motor tan poderoso. ¡Qué desgracia de regalo!... pero tú, ¿qué recibiste, hermano?
—Yo estoy feliz porque papá me hizo un regalo prodigioso —grito el alborozado optimista—. Me dio un hermoso caballo pura sangre con el que voy a ganar muchas carreras y mucho dinero. Mira, ¡ahí está una caja con su caca!
Eso del pesimismo y el optimismo tiene que ver con el tema de la insatisfacción generalizada que padecemos como parte de la sociedad contemporánea. Los comerciantes, que en esta etapa del desarrollo humano son los dueños del mundo, decidieron que las personas insatisfechas, si son convenientemente orientadas por la publicidad, se convierten en consumistas en un grado crónico. Por eso la publicidad y la comunicación en general están orientadas por los mercadólogos a crear un sentimiento de descontento universal.
¿Cómo lo hacen? Pues simplemente utilizando los canales de información como fuentes de desinformación, y para eso les cayó como anillo al dedo el libertinaje de las redes en Internet y su penetración casi total en el planeta.
Haga usted un sencillo análisis de la información que lee constantemente en la red de redes y verá que tiende en su mayoría a aconsejarle que deje a un lado los pequeños placeres cotidianos que disfruta en su vida. ¿Qué le gusta tomar café con leche? Pues el café produce gastritis crónica, afecta a la mente y los nervios. Y la leche, ¡uta!, esa produce inflamación intestinal, engorda y es cancerígena.
Todos los gustitos que nos damos para alegrar la vida resultan pésimos a los ojos de los comerciantes, y así nos obligan a buscar sucedáneos que salen más caros: en lugar de azúcar, edulcorantes; en lugar de lácteos, leche de soya, de coco o de almendra; en lugar de harinas, productos sin gluten… y así por el estilo.
La cosa es que nunca podemos estar satisfechos porque no falta alguna información que nos echa a perder la vida…
Y de esta manera muchos terminan creyendo que con salir a comprar vamos a ser por fin felices.
Y usted, ¿gastó bien su aguinaldo?
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