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El señor K salió caminando lentamente de su casa, atravesó la calle y tocó a la puerta de su vecino. El timbre apenas se podía oír por los ladridos del perro que tenía el señor D en la cochera, un dogo de cacería que utilizaba el sonoro rugir de su garganta como un arma más en contra de sus probables víctimas, que idealmente podían ser animales de medianos para abajo, como zorros, comadrejas, tlacuaches, conejos y ratones. Y se pone aquí “idealmente” porque cabía el temor de que ese fecundo canino, en un rato de rabia pudiera atacar a algún ser humano.
Finalmente, el vecino escuchó las llamadas a su puerta y se acercó a abrir la puerta.
—Buenas tardes, señor D —dijo cortésmente el visitante—. Me veo obligado a acudir con usted para pedirle que calle a su perro, que lleva horas ladrando y es una verdadera molestia para el vecindario todo.
—Para todos los vecinos no, señor mío —contestó el aludido con cierto tono de impertinencia—. Vea usted, la señora Ch, que vive enfrente, dice que es normal que el perrito ladre, porque está sano.
—Bueno, eso de “perrito” es una expresión que no se conlleva mucho con el chico animalote que tiene usted, y el hecho de que ladre no quiere decir que está sano sino todo lo contrario. Lo hace con tal fruición que hace notar que está molesto, seguramente aburrido por tanto tiempo que está solo, o tal vez hasta enfermo.
—El perro nunca está solo —volvió a la carga don D—, solamente un rato por la mañana mientras vamos a trabajar mi esposa y yo, y mis hijos acuden a la escuela. Y aburrido, no creo, porque le tenemos juguetes para que se divierta, como pelotas, muñecos de peluche y un hueso de plástico para que lo muerda. Vaya, hasta juega con su plato de la comida…
—En efecto, señor mío, hasta con el recipiente de su comida juega y hace un ruido espantoso, que se proyecta mucho más fuerte afuera de la cochera porque ésta se vuelve un factor de resonancia que llena de altos volúmenes toda la calle y el interior de las casas.
—Pues mire usted, señor K —contestó enfurecido el señor D—, ya me tiene harto con sus quejas por los ladridos de mi perro, así que le voy a pedir que deje de venir a molestarme. No voy a quitar el perro de mi cochera nunca, y hágale como quiera. Además, hay una ley que protege a los animales y en Veracruz la acaban de cambiar para que sea más efectiva.
—Tiene usted razón con lo de la ley renovada por la Legislatura, pero de lo que trata en buena medida es de proteger a los animales, pero de sus dueños.
—Pues esa ley no me la pueden aplicar a mí —contestó el vecino engreído, en plan de persona influyente.
—Claro que se la pueden aplicar si usted transgrede alguna norma legal —explicó el señor K—. Usted es parte de una comunidad y debe guardar las reglas de convivencia que nos hacen humanos. Si no, la vida en común sería un infierno, como el que usted nos tiene puesto con los rugidos de su perro.
[Esta historia continuará apenas haya nuevas noticias].
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