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En su tiempo, circuló la versión de que en el último tramo de su gestión el presidente Adolfo López Mateos ya prácticamente no gobernaba debido a una enfermedad que se lo impedía. No había entonces las herramientas de comunicación de ahora y el control que ejercía el sistema del PRI era férreo, de modo que nada se filtraba y el estado de salud del mexiquense era verdadero top secret.
Lo cierto es que cinco meses después de dejar la Presidencia (1º de diciembre de 1958-30 de noviembre de 1964), sufrió un ataque cerebral que sus médicos atribuyeron a un caso agudo de migraña. Después se corrigió el diagnóstico: tenía siete aneurismas cerebrales, un mal incurable y mortal. Durante dos años sobrevivió en estado vegetativo antes de fallecer en 1969, apenas a los 60 años de edad.
Con el paso del tiempo se fue sabiendo que eso que creían migraña era lo que ya no lo dejaba gobernar debido a los intensos dolores. Siempre se atribuyó su enfermedad y su muerte temprana al desgaste que sufrió al frente de la Presidencia, a las consecuencias del ejercicio del poder.
En 2010, el exalcalde de Xalapa, Armando Méndez de la Luz, me hizo uno de los obsequios que más aprecio hasta la fecha: el libro En el poder y en la enfermedad, escrito por David Owen, quien fue secretario de Relaciones Exteriores del Reino Unido, pero quien era, además, médico. Con base en su experiencia, en la obra analiza cómo la enfermedad en personajes públicos suscita importantes cuestiones: su influencia sobre la toma de decisiones, los peligros de mantener en secreto la dolencia o la dificultad para destituir a los dirigentes enfermos.
Retomo parte del resumen de la contraportada: “Como médico, el autor tuvo ocasión de ver las tensiones de la vida política y sus consecuencias; como político, se fijó en los dirigentes que no padecen dolencias mentales pero desarrollan el “síndrome de hybris” o embriaguez del poder: persistencia en el error e incapacidad para cambiar” (como Donald Trump).
El poder, su ejercicio, qué duda cabe, aunque no siempre necesariamente, no solo desgasta la salud sino que a veces la daña en forma irreversible. Algunos hombres o mujeres del poder incluso envejecen en forma prematura.
Traje a cuento todo lo anterior por una fotografía que publicó ayer el diario El Universal y que tras el impacto que me causó me dejó preocupado: apenas cuatro meses después de haber asumido la Presidencia, el rostro de Claudia Sheinbaum muestra claramente los estragos que le está dejando si no en su salud si por lo menos en su físico o en su imagen la conducción del país, el ejercicio del poder.
En su espacio “Bajo Reserva”, con el título: La sonrisa de la Presidenta, el llamado Gran Diario de México publicó una fotografía de Berenice Fregoso donde a Sheinbaum se le ven sus “patas de gallo” al lado de ambos ojos, ya convertidas en verdaderos y grandes surcos, que empatan con unas ojeras que le empiezan a colgar, en las cejas también arrugas y surcos en ambas mejillas. Cuánto contraste con la imagen que tenía cuando asumió la Presidencia el 1º de octubre pasado, apenas hace cuatro meses.
La imagen no dejó de recordarme que en el pasado, ningún director o editor de algún medio hubiera autorizado que se publicara esa fotografía o, si se hubiera hecho pública, se hubiera maquillado en el laboratorio de fotógrafos o de imagen. De lo contrario, desde el gobierno hubieran mandado cerrar el periódico. Cómo han cambiado las cosas.
Claudia paga hoy las consecuencias del desastroso paso de Andrés Manuel López Obrador por la Presidencia y ya vemos cómo la ha arrinconado el troglodita de Donald Trump por su culpa. Esa “cabeza fría” que ha pedido le acumula en la suya a Sheinbaum presiones, tensiones, preocupaciones, desmañanadas, desvelos. Todo eso y más refleja la fotografía de El Universal.
Yo soy uno de los que no votó por ella pero que ahora está dispuesto a apoyarla como presidenta contra Trump, porque por encima de todo está el país, aunque lamento que nos llame a la unidad y que, por ejemplo, no haya invitado a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, esto es, al Poder Judicial, al acto de conmemoración de la Constitución este 5 de febrero.
Le deseo que se conserve bien de salud, aunque lo de los aranceles es solo una pausa por un mes, como para no dormir en los 30 días que vienen.
Javier Herrera Borunda, ni suda ni se acongoja
Ajeno a los avatares políticos en Veracruz, el diputado federal Javier Herrera Borunda publicó ayer en las redes sociales una fotografía donde se le ve disfrutando una taza de café veracruzano.
El secretario de Organización del CEN del Partido Verde, oriundo de Cosamaloapan, considerado el verdadero líder de ese partido en Veracruz, se ve que ni suda ni se acongoja sabiendo que van en caballo de hacienda como aliados de Morena para las elecciones municipales del 1º de junio.
Algo que lo caracteriza es que en todas las actividades que realiza como diputado federal busca la forma de destacar a Veracruz, e incluso ha llevado jarochos, músicos y bailarines, a San Lázaro, para darle un toque de alegría a los actos formales que ha encabezado.
El también poderoso presidente de la Comisión de Vigilancia de la Auditoría Superior de la Federación en la Cámara de Diputados, posteó ahora: “¡El café cultivado por manos veracruzanas es el mejor del mundo!”. Quién lo rebate.
Algo que poco se sabe, pero que lo distingue, es que ha dado plena autonomía y poder a Édgar Herrera Lendechy, dirigente del Verde en Veracruz, con quien está emparentado, para que actúe conforme a los intereses de su partido. A diferencia del PT, Édgar no tuvo que pedir permiso a la dirigencia nacional para firmar su coalición con Morena.
En 2030, a Herrera Borunda se le podría atravesar en su camino un escaño del Senado o incluso la candidatura del PVEM a la gubernatura del estado. Él bien sabe, como su padre Fidel Herrera Beltrán, que las candidaturas se construyen. La cuchara, el cemento y los ladrillo ya los trae, y los está pegando.
Cuando el río suena…
¿Qué cosa quiso decir exactamente el diputado Esteban Bautista Hernández cuando declaró que “lo que es es y lo que no, nunca va a ser”?
Eso lo expresó el domingo sobre la permanencia o no en el cargo de la fiscal general del estado, Verónica Hernández Giadáns.
Dio una pista cuando dijo que aunque en el primer periodo de sesiones ordinarias no se discutió el tema, aun podría abordarse.
O sea, no cerró la posibilidad de que se apruebe una reforma constitucional para echarla, ¿pues para que otra cosa se meterían en el tema si tienen decidido dejarla? “Su permanencia es un tema que se verá en los próximos días”.
El 27 de noviembre pasado se presentó una iniciativa de reforma a la Constitución Política local que modificaría la forma de designar o remover a la fiscal o al fiscal y que permitiría a la gobernadora removerla, en el caso de ella. Además, reduce de nueve a cuatro los años de permanencia en el cargo.
Ayer de algún lugar salió el rumor de que Verónica había presentado su renuncia. No fue cierto. Chequé y estuvo trabajando todo el día en forma normal. Tampoco estuvo en la ciudad el diputado Bautista Hernández.
La única que sabe con certeza que pasará es Rocío Nahle, aunque soy de los que cree que no la va a sostener por mucho tiempo. La trae en la mira desde que no actuó en forma pronta contra los Yunes de El Estero.
Pero, además, que yo sepa, está enterada de muchos de los abusos y atrocidades que ha cometido en el cargo, incluso contra personas que son allegadas suyas, quienes la han enterado de todo e incluso solicitado su ayuda.
Con otro elemento más: le pesa a Morena por los miles de inocentes que tiene en la cárcel, muchos adversarios políticos del exsecretario de Gobierno Eric Cisneros o del propio exgobernador Cuitláhuac García, inocentes cuyos familiares van a ir a votar contra los candidatos guinda. Y ya ni se diga de los familiares de desaparecidos, que se quejan de ella.
Creo que la gran pregunta es, si la echan del cargo, ¿la dejarán ir impune? Sus antecesores Luis Ángel Bravo Contreras y Jorge Winckler Ortiz, terminaron en el penal de Pacho Viejo. Ahora proclaman que es tiempo de mujeres, ¿también ella?
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