03 de Marzo de 2025
Entorno Político | OPINIÓN
Domingo 02 de Marzo de 2025 | 2:40 p.m.
Miguel Valera
Miguel Valera
Contraseñas
Embrujo en primer viernes de marzo

Mara —o Marita para sus amigas— no sabía qué hacer para complacer a Balam, su esposo. Se habían casado ya hace algunos años en María Delfina, una finca de San Andrés Tutla, con una adaptación del ritual nahua del Tatabiguiyayo, con 10 vírgenes echando tortillas de mano y un plato del guiso de res, condimentado con comino, clavo, pimienta y otras especies. De descendencia africana, su madre había nacido en “El Cafetal”, una comunidad de apenas 33 habitantes y ella quería honrar su memoria.

Aunque vivían en la ciudad de México, Balam la complació con ese ritual ancestral. “Tatabiguiyayo”, se enteró, significaba “Caldito de mole rojo” o “Tata, vengo a pedir la mano de su hija”. Ese día no tuvo que entregar ninguna vaca con flores en los cuernos como dote. Mara llegó ataviada con la vestimenta tradicional de las comunidades nahuas, saludaron a los invitados y brindaron por la felicidad, mientras los jaraneros ambientaban la fiesta. El olor del caldito de res inundaba el jardín ubicado entre las calles 21 de marzo y 6 de abril, por la zona de Sihuapan.

Pasaron la noche de bodas en la Reserva de Nanciyaga. Una mujer de cabellera blanca los recibió con una vela en mano. Los llevó a plantar un árbol en esta selva tropical y les pidió trazar un sendero con arena de colores hasta un manantial de agua mineral donde al otro día, les dijo, tendrían que tomar de sus aguas para romper el ayuno, antes de ser cubiertos del barro mineral. 

Los cantos de tucanes y guacamayas por la tarde y el de los monos aulladores, por la noche, se confundieron con el encuentro de sus cuerpos. “Poseerla era más delicioso que recoger mirra en un jardín, tan dulce como comer miel, tan placentero como beber el mejor vino y la mejor leche”, habría escrito nuevamente el rey Salomón, como lo hizo en el Cantar de los cantares.

Sin embargo, el tiempo, que todo lo aniquila, fue menguando su amor. Como una epifanía, lo descubrió en una canción de José José, “porque el sentimiento es humo y ceniza la palabra, el amor acaba… Porque llega a ser rutina, la caricia más divina, el amor acaba… Porque mueren los deseos, por la carne y por el beso, el amor acaba”.

“Tengo que embrujarlo”, pensó, a sabiendas de que su madre le había dicho que el mejor embrujo era el amor y el sexo. Pero ¿qué hacer si eso ya se había acabado? ¿No será que, en mi nombre, cuyo significado es ‘amargura’, llevo mi destino? Con esos pensamientos buscó darle “agua de calzón” o “toloache”, para tenerlo de nuevo. 

Así, buscó en el mercado el famoso toloache —Datura ferox, una planta herbácea de la familia de las Solanáceas— y empezó a dárselo en infusiones dentro del café o el agua de sabor. También ponía pequeñas dosis en bolsitas de tela debajo de su almohada. Los resultados fueron inmediatos. Balam empezó a comportarse, primero de manera distraída, desconcentrado, con sueño y algunas veces con alucinaciones.

“Ya lo tengo de vuelta”, pensó Mara. “El embrujo funcionó”. Sin embargo, tirado en la cama, con espasmos y alucinaciones, Balam era algo peor que una marioneta, era un ser sin voluntad ni deseos. El día que me contaron esta historia pensé en una frase que leí en algún libro de Albert Camus, “No ser amado es una simple desventura. La verdadera desgracia es no saber amar”.

*** Las ideas y opiniones aquí expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente reflejan el punto de vista de Entorno Político.

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