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El 19 de marzo de 1985 falleció en un hospital de Denver, Colorado, don Jesús Reyes Heroles, sin duda el ideólogo más importante del México contemporáneo. Supe de su muerte por Otto Granados Roldán, que desde el 3 de diciembre de 1982 era su Secretario Particular en la Secretaría de Educación Pública.
Otto había llegado a tan importante y exigente posición apenas a los 28 años, y logró remontar a base de disciplina, responsabilidad, estudio, ingenio, imaginación y talento las a veces absurdas exigencias y el carácter atrabiliario del eminente político nacido en Tuxpan.
Voy a citar muchas veces la columna que publicó OGR el 19 de marzo de 2015 en Milenio: “Reyes Heroles, una memoria” porque en ella el ahora reconocido político e intelectual nacido en Aguascalientes relató, como sólo él sabe hacerlo, su relación intelectual y humana con un personaje de tal tamaño.
Vea usted nomás cómo describe con un plumazo al gran estudioso del liberalismo mexicano:
“Era un jefe complicado —gruñón, malhablado, exigente, a veces intratable—, pero por igual una fuente de aprendizaje riquísima, magistral, abundante e ilustrada. Hombre honesto, erudito, sagaz, bibliómano, sibarita, fumador incorregible, de buen vestir y, cuando quería, con agudo sentido del humor.”
Como su secretario particular, Granados Roldán tenía un sinfín de responsabilidades. Voy de nuevo con él:
“Rutinariamente me tocaba prepararle los acuerdos con el presidente Miguel de la Madrid, atender gente que él no quería recibir, responder llamadas en su ausencia, preparar notas de lectura sobre libros que le interesaban, administrar la oficina del secretario, cobrar el cheque de su sueldo (de donde él se pagaba delicias que quería comer y encargaba al mercado de San Juan) y ocasionalmente le ayudaba escribiendo el borrador de algunos de sus discursos menores o partes de ellos o, como dije antes, verificando citas que incluía en los discursos mayores.”
En ese “atender gente que él no quería recibir” cabía una infinidad de políticos que iban a visitar al Hombre para ver qué le sacaban. Otto aprendió en esa escuela intensa las 40 mil formas de quitarse de encima la voluntariosidad de los jarochos, que usaban todas sus formas de seducción para convencer al joven secretario de que les abriera la puerta al paraíso de la oficina de don Jesús.
Uno de ellos, muy tozudo, era ni más ni menos que Fidel Herrera Beltrán, que no dejaba día sin ir a visitar a Otto y pedirle que lo introdujera con don Jesús. “Ándale, Otto, dile que nada más lo quiero ver”, repetía Fidel sin parar.
Ante tanta insistencia, el joven secretario le comentó un día a su iracundo jefe: “Señor, ahí está Fidel Herrera. Dice que nada más lo quiere ver”.
Don Jesús fue hacia la puerta, la entreabrió y desde ahí le habló a Fidel: “¿Qué quieres?” El suplicante se acercó a la puerta, intentando abrirla para pasar, pero el Señor le puso un pie. “Sólo quería verlo, don Jesús”, le dijo. Éste le contestó de manera abrupta: “Pues ya me viste”, cerró la puerta y se volvió a su sillón.
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