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Se acaban de cumplir hace unos días 40 años de que don Jesús Reyes Heroles dejó este mundo, aunque su vida y su obra han mantenido su influencia en la historia política de México. Por esa razón, el “Sin tacto” pasado y éste están dedicados a recordar a re-traer los recuerdos que tuvo de él uno de sus más cercanos y aprovechados discípulos -diría yo-, Otto granados Roldán, quien fue a los 26 años secretario particular cuando aquél se desempeñó como Secretario de Educación.
Una anécdota para la historia es que el propio Granados Roldán creció en su brillante carrera personal y llegó a ser Secretario de Educación hacia el final del sexenio de Enrique Peña Nieto. Imagino la emoción de haber empezado la parte sustancial de su currículum en una oficina a la que años más tarde llegaría como titular, ¡y qué oficina! Una que ocuparon y ennoblecieron José Vasconcelos, Gonzalo Vázquez Vela, Jaime Torres Bodet, Agustín Yáñez, Porfirio Muñoz Ledo: una que ahora desnoblece un tal Mario Delgado.
Pero el joven Otto Granados tuvo oportunidad de aprender grandes cosas de don Jesús, y la aprovechó con sus capacidades de alumno modelo, siempre en los primeros lugares de la clase que fuera:
“En aquellos años sin internet, los de un México hiperpresidencialista, un PRI en el poder pero una hegemonía languideciente, una sociedad civil perezosa y medios de comunicación dóciles, don Jesús podía ejercer de gurú ante políticos, empresarios, intelectuales y periodistas mayores y menores, desvelarse leyendo de manera voraz (y por tanto iniciar la jornada cuando el sol empezaba a calentar), dedicar días a preparar algún discurso muy importante (que él mismo trituraba al pronunciarlo porque era pésimo orador) y destinar horas, con quienes él seleccionaba, a la conversación inteligente.”
No puedo dejar de poner esta breve y genial pincelada sobre el maestro genial:
“Ocasionalmente irascible, había que encontrarle el modo y en ese sentido se volvía predecible y hasta simpático. Era desconfiado, de escasos amigos y poco adicto a la vida social. Tenía ingenio y frases, propias y prestadas, para todo y captaba rápidamente las dobles intenciones. Le irritaba ver llegar a colaboradores, incluido yo, con pilas de papeles (de hecho nos echaba antes de acercarnos siquiera a su escritorio), sobre todo si eran cosas administrativas o irrelevancias burocráticas —‘el que se ocupa de los detalles no puede ser estadista’, prevenía—, y detestaba los estilos afectados con que algunos lo trataban”.
No sé cómo el México brillante ha podido sobrevivir -es más, no sé si aún alienta vida- a cuatro décadas sin la inteligencia diáfana, profunda y esclarecedora de don Jesús. Su obra perdura sin embargo gracias a los grandes políticos que formó, entre ellos Otto Granados Roldán, que también tiene puesto un pie en la historia de nuestra patria.
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