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La figura de Judas Iscariote, conocido por traicionar a Jesús, sigue resonando en nuestro presente. Su acto de deslealtad, motivado por intereses personales, nos invita a reflexionar sobre la crisis de lealtad que enfrentamos en nuestras instituciones y líderes.
Hoy, la traición se manifiesta en promesas rotas y en la falta de compromiso con el bienestar de la sociedad. Los líderes, que deberían ser defensores de la verdad y la justicia, a menudo optan por la conveniencia, abandonando a quienes les apoyaron en un momento.
Este fenómeno no solo erosiona la confianza pública, sino que también desgarra el tejido social.
La lealtad, lejos de ser una virtud obsoleta, es esencial para construir comunidades y gobiernos sólidos. Fomentar la lealtad en la política implica un compromiso real con los valores y necesidades de la ciudadanía. En un momento en que la desconfianza abunda, es vital recordar que la verdadera fortaleza reside en ser leales a principios y a la gente.
Como dice el proverbio, "La lealtad es el hilo que une el tejido de la confianza".
El legado de Judas nos desafía a exigir más de nuestros líderes y a ser guardianes de la lealtad en nuestras propias acciones. Solo así podremos avanzar hacia un futuro en el que la traición no tenga cabida y donde la integridad sea la norma en lugar de la excepción.
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